sábado, 19 de febrero de 2011

Mitología de los indigenas Yukpas

La Luna y El Sol ( Kuno y Vicho )

Dicen los yukpa que en tiempos muy lejanos la Luna y el Sol eran gente.
La Luna era muy buena, amiga de todos. Vestía un sencillo manto blanco.
El Sol, en cambio, era vanidoso y altivo, no trataba a nadie, orgulloso de su bella capa amarilla adornada con plumas de aves silvestres.

Un día Atancha, el primer hombre, salió por el monte a cazar lapas y picures y se perdió en los espesos bosques. Camina que camina, de tanto caminar, cayó en las redes que había puesto el Sol. En aquel entonces, el Sol también iba de caza. Para los animales más grandes tendía redes.

Cuando vio en sus redes al hombre, el Sol se alegró mucho.

El hijo de la Luna, que iba siempre a jugar con los hijos del Sol, se dio cuenta de todo y se lo contó a su madre.
-Hay que liberar al prisionero -pensó la Luna- antes de que el Sol se lo coma.

Y le ordenó al jovencito:
-Ve a escondidas y avísale a Atancha que el Sol se lo quiere comer, pero que nosotros trataremos de salvarlo. Que haga exactamente lo que tú le indiques.

El niño habló con Atancha, lo desató y lo instó a salir y a seguir las marcas que él dejaría en el suelo. Cuando el Sol se dio cuenta de la fuga del hombre corrió tras él. Atancha, gracias a las señales, ya había llegado a la casa de la Luna.

Ella lo escondió en uno de los enormes calderos en los cuales se sumergen las muchachas cuando se hacen mujeres, con el fin de purificarlas y prepararlas para su futura vida de compañeras de los hombres y de madres. Había muchos calderos en la casa de la Luna, todos con su tapa, y en cada uno de ellos la Luna guardaba una joven cercana a los quince años, envuelta en un hermoso manto ritual.

El Sol, enfurecido y con la osadía que le daba su furia, entró en la casa de la Luna y empezó a destapar los calderos, lo que estaba absolutamente prohibido. Violó así la ley de Samayá o de la purificación. La Luna corría tras él tratando de detenerlo. Cada vez que el Sol abría un recipiente la muchacha que estaba adentro arrojaba su manto para así evitar ser vista cubriendo a veces al Sol que destapa la olla, y a veces a la Luna que lo seguía de cerca para impedírselo.

Cuando llegaron al gran caldero en el cual estaba escondido Atancha empezaron a reñir y luchar a puñetazos. Por fin, la Luna y las muchachas lograron alejar al Sol y Atancha pudo salvarse.

El Sol se fue, pero sospechando que Atancha estuviese escondido en uno de los calderos, puso trampas alrededor de la casa y a lo largo del camino, y encargó al zamuro Kurumachu que siempre rondaba al acecho, que vigilara.

Cuando la Luna vio que el Sol se había ido, le dijo a Atancha: -Puedes salir y regresar a tu casa. Yo te guiaré.Ella caminaba adelante, envuelta en su blanco ropaje, iluminándolo todo, y Atancha la seguía. Así el hombre pudo eludir las trampas que había tendido el Sol. Entonces Atancha pudo al fin huir.

El Sol fue confinado a lo más alto del cielo y se le ordenó calentar la Tierra, por haber violado la ley de Samayá. La Luna fue llevada a presidir la noche, para iluminar los pasos del hombre y evitar que caiga en las trampas y redes que acechan en la oscuridad.

Y este es el origen de los eclipses de Sol y de los eclipses de Luna: a veces el Sol, a veces la Luna aparecen tapados, ocultos por los mantos de las muchachas.

Extracto de El mundo mágico de los Yukpa / Marisa Vannini y Javier Armato / Monte Ávila Editores /2001